LAS MUJERES DE DICKENS


Charles Dickens fue un destacado escritor inglés, uno de los más conocidos de la literatura universal, y el más sobresaliente de la época victoriana. Fue uno de los grandes maestros del género narrativo y su obra es conocida universalmente por las descripciones de personas y lugares, tanto reales como imaginarios, por la ironía y por la crítica que supuso para la sociedad de su época. Sin embargo, de su apasionante vida, una parte se mantuvo en secreto durante años, su intensa vida sentimental.
El famoso escritor tuvo su primera novia con 20 años, fue Maria Beadnell, un amor pasional, aunque no parece que ella estuviese enamorada de él con la misma intensidad. Lo que acabó con aquel romance fueron las diferencias sociales. Maria era hija de un banquero y Dickens descendía de una familia de clase media venida a menos. El escritor había nacido en el seno de una familia con posibles, a la que las deudas del padre llevaron a la ruina. En 1824, cuando Dickens tenía 12 años, se produjo un hecho que marcó su vida y parte de su obra: las deudas llevan a prisión a su padre. Al pequeño Charles lo ponen a trabajar en una fábrica de betún por seis chelines semanales, con los que debía pagar su hospedaje y ayudar a su familia. El fallecimiento de la abuela paterna parecía que iba a cambiar las cosas: dejó en manos de la familia una herencia considerable, que la madre de Dickens utilizó para sacar de prisión a su padre, pero no a él de su esclavo y miserable trabajo, una experiencia próxima a la orfandad que él reflejó después en Oliver Twist. Dickens nunca perdonó a su madre por aquella decisión. La vida daría un giro de 180 grados cuando la familia se trasladó a Londres y él consiguió un trabajo de pasante en un bufete de abogados. Poco después, su capacidad de trabajo y sus ganas de plasmar todo lo que veía, acompañado por un curso de taquigrafía, le permitieron ser contratado por el Morning Chronicle como reportero político. Pero todavía estaba lejos de hacerse un nombre. Por eso, al rico padre de Maria le parecía que aquel jovencito no podía satisfacer las necesidades de su hija y acabó convenciéndola para que se casara con un hombre de mejor familia.
Más tarde, Dickens puso sus ojos en la joven Catherine Hogarth, cuyo padre, el avispado editor George Hogarth, los había puesto antes sobre él. En 1836 Charles y Catherine se casan. Se dice de Dickens que era virgen cuando se casó con Catherine Hogarth a los 24 años. Sin embargo, casi inmediatamente se obsesionó con su hermana menor, Mary (quien probablemente inspiró a la trágica y beatífica Little Nell en La Tienda de Antigüedades), la cual murió poco tiempo después.
El padre de Catherine seguía sus crónicas, que iban más allá de lo político, llegando a convertirse en auténticas crónicas de sociedad, y le ofreció publicar una serie en esta línea bajo el seudónimo de Boz, para no entorpecer su labor como periodista político. Ese mismo año se lanzaron los apuntes de Boz y Los papeles póstumos del Club Pickwick. Su éxito fue inmediato por dos motivos: la gente vio reflejada en ellos su vida cotidiana, entremezclando miserias y esperanzas y, además, al ser por entregas, era más fácil económicamente poder adquirirlos. En mayo de 1837, Dickens tenía 25 años y era cronista parlamentario y autor en alza. Entonces se publicó una nueva entrega de Los papeles del Club Pickwick, su primera novela, y su editor le confirmó que era un éxito, un acontecimiento seguido por miles de británicos.
En Catherine, Dickens encontró, más que una esposa, un ama de casa y una madre que le daría diez hijos. Su relación se deterioró pronto y solo se mantuvo por los imperativos de una sociedad estrictamente puritana que llegaba hasta el extremo de aconsejar, en aras del decoro, no mezclar en una misma estantería los libros escritos por hombres y por mujeres, a no ser que los autores estuviesen casados. Catherine vivía entre embarazos y depresiones y Dickens, a medida que triunfaba y se reafirmaba, se hacía más insufrible. La relación se hizo intolerable por momentos. Frederick Evans, quien publicó varios libros de Dickens, relató que no podía tolerar la rudeza de Dickens hacia su esposa, ya que «la insultaba gravemente en presencia de los niños, invitados y empleados».

Una tarde había ido con su esposa, Catherine Hogarth, al estreno de una obra de teatro que él había escrito. Al regresar del teatro a casa, se encontraron con que la hermana de Catherine, Mary, de 17 años, que vivía con ellos, se había indispuesto. La joven se sintió mal durante toda la noche, y al día siguiente murió, posiblemente de un paro cardiaco, aunque nunca se supo con certeza, en los brazos del propio Dickens. De la mano sin vida de Mary, el escritor, extrajo el anillo que su cuñada llevaba en un dedo y se lo colocó en uno de los suyos. Lo llevó hasta su muerte, 43 años después.
Tan romántico gesto y el hecho de que Dickens no ocultase su enorme aflicción por la muerte de Mary ha dado para todo tipo de especulaciones. Su muerte dejó a Dickens devastado y Catherine tuvo que librar una batalla imposible con el fantasma de su hermana.
Es “el espíritu que dirige mi vida”, escribiría Dickens. También diría que era “bella, dulce, con luz propia”. En su correspondencia hay numerosas referencias a las veces en que sueña, vívidamente, con su cuñada e incluso en 1842, cuando visita las cataratas del Niágara, dice que le parece oír la voz de Mary entre el estruendo del agua. Sus biógrafos no creen que hubiera una relación más que fraternal con ella. Para él era una representación de la inocencia y la ternura. Y su muerte marcó muchas de sus obras posteriores, como Oliver Twist y La vida y aventuras de Nicholas Nickleby.
El final de su matrimonio tuvo un guion propio de una novela de enredos. Dickens encargó un brazalete de oro y el joyero, pensando que era para su esposa, lo entregó en su casa. Pero aquella joya no era para Catherine, sino para Ellen Ternan, una joven actriz que Dickens, metido a empresario teatral a sus 45 años, había contratado para la obra The frozen deep. De nada sirvieron las explicaciones del escritor cuando decía que entre ellos no había nada y que en el mundo de la farándula era habitual hacer regalos a las actrices. En 1858 se separaron, pero no hubo divorcio, impensable en aquella época, sobre todo para alguien como Dickens, una celebridad del momento. La sociedad victoriana que celebraba las Navidades con sus cuentos no hubiese aceptado que su gran autor dejase a su mujer y a sus diez hijos por otra mujer 27 años más joven que él. Habría sido un escándalo.
Habían pasado 20 años desde su matrimonio y había tenido diez hijos.
Dickens se esforzó mucho en mantener su relación con Ellen en secreto. Ni sus amigos conocían a Nelly, como él la llamaba, pese a que se veían hasta tres veces a la semana, sobre todo aprovechando los continuos viajes de él. Era su amante y su musa.

Para evitar ser pillados, Dickens alquiló una casa de campo en Slough, donde se podía encontrar con Nelly lejos de las miradas inquisitivas de Londres. También se cree que tuvieron un nido de amor en Francia donde se ha sugerido que Nelly tuvo un bebé que murió poco después del parto. Sin embargo, no hay información al respecto porque los editores y los biógrafos de Dickens se empeñaron en tapar esta relación debido a que era un escándalo inconveniente para el marketing de la época.
Un accidente ferroviario en 1865 destapó el affaire o, al menos, alimentó los rumores. Regresando de Francia, el tren descarriló en Staplehurst. Murieron diez personas y más de 50 resultaron heridas. Seis vagones cayeron al río y un séptimo se quedó suspendido en el aire. En él iba Dickens con Ellen Ternan y su madre. Salieron ilesos del accidente, pero no indemnes en su privacidad. Ellen tenía ya 26 años y llevaba ocho de relación con el escritor, una relación que duraría aún cinco años más, hasta la muerte de Dickens, en 1870.
Es posible que Ellen Ternan fuera el gran amor de su vida, pero no hay pruebas irrefutables de ello. Seis años después de la muerte del autor, Ellen se casó con un reverendo, con quien tuvo dos hijos. Su nueva familia nunca supo de su relación con Dickens. Ella jamás habló de ello con nadie ni dejó ningún escrito al respecto a pesar de que vivió 44 años más.
La esposa de Dickens, Catherine Hogarth, en su lecho de muerte (1879), dio a uno de sus hijos las cartas que le había escrito Dickens durante su noviazgo con el encargo expreso de llevarlas al Museo Británico con el objetivo de «que todo el mundo sepa que una vez me quiso».