El oficio de escritor
propicia que, con el fin de lograr la inspiración, se adquieran costumbres que
suelen acabar convirtiéndose en manías y rituales. Además, detrás de cada escritor
existe una personalidad, a veces excéntrica o llamativa, que suele ser
desconocida por los lectores.
Hoy repasamos algunas
manías y costumbres que facilitaron a Gabriel García Márquez alcanzar la
inspiración, gracias a la cual hoy disfrutamos de su obra literaria.
García Márquez fue un
escritor que detestaba las multitudes y los compromisos hasta el punto de que
un tiempo después de que la popularidad le alcanzara tras la publicación de Cien años de soledad, dijo reflexionando sobre su éxito que
“lo peor que le puede ocurrir a un hombre que no tiene vocación para el éxito
literario, en un continente que no estaba preparado para tener escritores de
éxito, es que sus libros se vendan como salchichas”.
El autor de Cien años de
soledad solía escribir hasta que el agente literario le imprimía el
manuscrito. Decía que un libro no se termina, se abandona. Su maestro fue
Hemingway que le ayudó a descubrir que el trabajo de todos los días sólo debe
interrumpirse cuando ya sabes cómo reanudarlo al día siguiente. No creo que se
haya dado nunca un consejo mejor para escribir, decía. Consideraba que esto
evitaba el fantasma más temido por los escritores: el terror ante la página en
blanco.
Llama la atención la
increíble constancia de García Márquez que puede tener una idea en la cabeza
durante 30 años, y no se sienta a escribirla hasta que la tiene perfectamente definida.
Una vez alguien le aconsejó que, si quería hacer un buen relato, antes tenía
que contarlo muchas veces, para ver qué partes atraían al oyente y cuáles le
aburrían. Entonces empezó a hacer esto con sus novelas, contarlas y apasionar a
la gente, y conforme las iba contando, iba inventando nuevos detalles, hasta
que veía que la historia funcionaba. Estuvo contando la historia de Crónica
de una muerte anunciada durante 30 años.
También es curiosa la
forma en que se inspira en cosas que han sucedido en su vida o que le contaron
sus padres y sus abuelos. Así, Cien años de soledad es el compendio de
historias que le contaba su abuelo, mientras El amor en los tiempos del
cólera está inspirado en sus padres.
Para acabar, repasamos alguna
exigencia un poco extravagante, y es que para escribir necesitaba estar en una
habitación con una temperatura determinada y con una flor amarilla en su mesa,
de lo contrario no se sentaba a escribir. Y siempre lo hacía descalzo. Si no
estaba inspirado, según cuentan, no escribía absolutamente nada y a veces podía
tirarse meses sin escribir una sola línea.
En definitiva, son las
manías de los creadores literarios que siempre merecen la pena.