La frase “Con la Iglesia hemos topado” se utiliza normalmente para expresar
algún problema o inconveniente que ha surgido con algún tipo de estamento o
autoridad de cierto peso (gubernamental, militar, eclesiástico…). Es un tópico
literario, derivado de un pasaje de Don
Quijote de La Mancha, que se ha convertido en una expresión coloquial.
Aunque se atribuye el origen de dicha expresión a un pasaje de la gran novela
de Cervantes, esto es una verdad a medias, debido a que en el capítulo IX de la
“Segunda
parte del ingenioso caballero don Quijote de la Mancha” (1615)
aparece una frase similar, pero con un sutil cambio y la intención de la frase
es totalmente diferente. La frase en cuestión no es una cita literal de dicha obra
sino que se cambia el original «dado» por «topado» (lo que posiblemente
incremente las connotaciones peyorativas), muy a menudo se añade «amigo
Sancho», cuando el original dice únicamente «Sancho», y también el uso de la
mayúscula o la minúscula en «iglesia» ha sido objeto de interpretación.
En cualquier caso, la evidente
ironía en el diálogo entre Sancho Panza y don Quijote (Sancho sabe que no hay
palacio de Dulcinea, pero hace como que lo busca, don Quijote ve cómo su
idealismo choca con la realidad, como en el episodio de los gigantes-molinos)
ha permitido históricamente hacer una doble lectura de carácter anticlerical,
que supone entender el texto como una denuncia de la subordinación de la
sociedad y el Estado a la Iglesia, fuera o no esa la intención de su autor.
Esta interpretación es negada por algunos estudiosos como Francisco Rodriguez
Marín cuando dice «Qué importancia dan a esta frase, que no dice más de lo que
suena, los intérpretes esoteristas del “Quijote”», Martín de Riquer que afirma
que «no tiene segunda intención y sólo quiere significar lo que dice» y
Francisco Rico, entre otros.
La fase original es “Con la iglesia hemos dado,
Sancho” y hace referencia al edificio (iglesia de San Antonio Abad
de El Toboso) y no a la institución; de ahí que “iglesia”’ esté
escrita en minúscula en el texto de Cervantes mientras que cuando se usa con el
sentido de referirse al estamento eclesiástico (“Con la Iglesia hemos topado”)
aparece en mayúscula. Además, el cambiar ‘dado’ por ‘topado’
ayuda a enfatizar y darle importancia y sentido de oposición.
A continuación, el capítulo en
que aparece la cita:
Capítulo IX
Donde se cuenta lo que en él se verá
Donde se cuenta lo que en él se verá
Media noche
era por filo, poco más a menos, cuando don Quijote y Sancho dejaron el monte y
entraron en el Toboso. Estaba el pueblo en un sosegado silencio, porque todos
sus vecinos dormían y reposaban a pierna tendida, como suele decirse. Era la
noche entreclara, puesto que quisiera Sancho que fuera del todo escura, por
hallar en su escuridad disculpa de su sandez. No se oía en todo el lugar sino
ladridos de perros, que atronaban los oídos de don Quijote y turbaban el
corazón de Sancho. De cuando en cuando rebuznaba un jumento, gruñían puercos,
mayaban gatos, cuyas voces, de diferentes sonidos, se aumentaban con el
silencio de la noche, todo lo cual tuvo el enamorado caballero a mal agüero;
pero, con todo esto, dijo a Sancho:
—Sancho
hijo, guía al palacio de Dulcinea: quizá podrá ser que la hallemos despierta.
—¿A qué
palacio tengo de guiar, cuerpo del sol —respondió Sancho—, que en el que yo vi
a su grandeza no era sino casa muy pequeña?
—Debía de
estar retirada entonces —respondió don Quijote— en algún pequeño apartamiento
de su alcázar, solazándose a solas con sus doncellas, como es uso y costumbre
de las altas señoras y princesas.
—Señor —dijo
Sancho—, ya que vuestra merced quiere, a pesar mío, que sea alcázar la casa de
mi señora Dulcinea, ¿es hora esta por ventura de hallar la puerta abierta? ¿Y
será bien que demos aldabazos para que nos oyan y nos abran, metiendo en
alboroto y rumor toda la gente? ¿Vamos por dicha a llamar a la casa de nuestras
mancebas, como hacen los abarraganados, que llegan y llaman y entran a
cualquier hora, por tarde que sea?
—Hallemos
primero una por una el alcázar —replicó don Quijote—, que entonces yo te diré,
Sancho, lo que será bien que hagamos. Y advierte, Sancho, o que yo veo poco o
que aquel bulto grande y sombra que desde aquí se descubre la debe de hacer el
palacio de Dulcinea.
—Pues guíe
vuestra merced —respondió Sancho—: quizá será así; aunque yo lo veré con los
ojos y lo tocaré con las manos, y así lo creeré yo como creer que es ahora de
día.
Guió don
Quijote, y habiendo andado como docientos pasos, dio con el bulto que hacía la
sombra, y vio una gran torre, y luego conoció que el tal edificio no era
alcázar, sino la iglesia principal del pueblo. Y dijo:
—Con la
iglesia hemos dado, Sancho.
—Ya lo veo
—respondió Sancho—, y plega a Dios que no demos con nuestra sepultura, que no
es buena señal andar por los cimenterios a tales horas, y más habiendo yo dicho
a vuestra merced, si mal no me acuerdo, que la casa desta señora ha de estar en
una callejuela sin salida.
—¡Maldito
seas de Dios, mentecato! —dijo don Quijote—. ¿Adónde has tú hallado que los
alcázares y palacios reales estén edificados en callejuelas sin salida?
—Señor
—respondió Sancho—, en cada tierra su uso: quizá se usa aquí en el Toboso
edificar en callejuelas los palacios y edificios grandes; y, así, suplico a
vuestra merced me deje buscar por estas calles o callejuelas que se me ofrecen:
podría ser que en algún rincón topase con ese alcázar, que le vea yo comido de
perros, que así nos trae corridos y asendereados.
—Habla con
respeto, Sancho, de las cosas de mi señora —dijo don Quijote—, y tengamos la
fiesta en paz, y no arrojemos la soga tras el caldero.
—Yo me
reportaré —respondió Sancho—, pero ¿con qué paciencia podré llevar que quiera
vuestra merced que de sola una vez que vi la casa de nuestra ama la haya de
saber siempre y hallarla a media noche, no hallándola vuestra merced, que la
debe de haber visto millares de veces?
—Tú me harás
desesperar, Sancho —dijo don Quijote—. Ven acá, hereje: ¿no te he dicho mil
veces que en todos los días de mi vida no he visto a la sin par Dulcinea, ni
jamás atravesé los umbrales de su palacio, y que solo estoy enamorado de oídas
y de la gran fama que tiene de hermosa y discreta?
—Ahora lo
oigo —respondió Sancho—; y digo que pues vuestra merced no la ha visto, ni yo
tampoco.
—Eso no
puede ser —replicó don Quijote—, que por lo menos ya me has dicho tú que la
viste ahechando trigo, cuando me trujiste la respuesta de la carta que le envié
contigo.
—No se
atenga a eso, señor —respondió Sancho—, porque le hago saber que también fue de
oídas la vista y la respuesta que le truje; porque así sé yo quién es la señora
Dulcinea como dar un puño en el cielo.
—Sancho,
Sancho —respondió don Quijote—, tiempos hay de burlar y tiempos donde caen y
parecen mal las burlas. No porque yo diga que ni he visto ni hablado a la
señora de mi alma has tú de decir también que ni la has hablado ni visto,
siendo tan al revés como sabes.